Nos sorprendiste por la mañana, muy temprano, y te fuiste de repente, de puntillas y con gesto tranquilo. No hubo momento para despedidas, no hubo momento para la angustia. Te fuiste, parecías dormido. Tu final fue dulce, lo sé, por tu gesto y porque estabas en nuestros brazos, en tu casa, con los tuyos.
A pesar del vacío que nos dejas (jamás pensé que fuera tan enorme), me consuela saber que estás en paz; sé que has encontrado alivio a todos los obstáculos que te ha puesto la vida.
Te hubiera gustado ver a toda la gente que vino a despedirse de ti. Seguro que estarías feliz de verlos a todos recordándote: con tus chistes, con tus manías, con tus despistes. Se nota que te querían mucho.
Aunque seguro que no tanto como tus hijas y tu mujer, que a cada paso que dan en esta casa te ven, sentado con tu periódico en el salón, trasteando en la cocina, con tu sombrero, ordenando esos papeles que te traían loco...
Sólo me quedo con lo bueno, con tu cara de felicidad y orgullo el día que me gradué, con los días de "pesca de algas", con los ceritos, con los numeritos, con las tortillas "guarripiñás", con los bocadillos de bonito, con las energías que sacabas, no sé muy bien de donde, cuando íbamos al campo, con tus juegos conmigo y mis primos...
Pero sobre todo, sobre todo, me quedo con esa imagen tuya y de mamá de los domingos, caminando hacia el coche después de ver a los abuelos, apoyados el uno en el otro a pesar de vuestras diferencias, contándoos Dios sabe qué y que tendré para siempre grabada en mi memoria como uno de los mejores momentos de cada semana.
Adiós, papá. Gracias por todo. Te echo de menos.

Cada vez más me alegro de saber apreciar las pequeñas cosas de la vida cotidianamente. Me alegro porque puedo tener estas fotos y no solo en el recuerdo.